La pareja que elegiste para pasar el resto de tu vida no necesariamente debe ser tan 'angelical' como te dijo tu mamá
Amamos las categorizaciones, le damos un mote con valor agregado a cada persona, como si tuviera impreso en el trasero un código de barras que la denomina. Por otro lado, tenemos un sinfin de pelajes para los sucesos de pareja: 'acostón informal'. 'revolcón oficial'. 'hacer el amor'. 'coger con amor'..., y aquellos con quien compartimos las sábanas también merecen una distinción conmemorativa.
Entonces llega el día (no sé cómo diablos) cuando una circunstancia X te orilla al matrimonio. Elegir a la mujer u hombre de tu vida -al menos lo que crees que será el resto de tu vida- y, claro, esa persona debe estar en tu catálogo mental de 'individuos para casarse'. Aquellos cuyas cualidades les dan calidad de 'sólo para acostarse' o 'altamente encamable pero hasta ahí' no brincarán en tu petate nupcial. Aprendiste eso desde la secundaria, cuando suspirabas por el guapo pero holgazán-mujeriego del salón, o esa princesa voluptuosa a la que todos le conocían hasta la epiglotis vista por debajo. Nos urge sentir que podremos confiar. Una mujer sabe que debe escoger a un hombre 'con futuro', trabajador y visionario. Lo demás (hasta que sea un auténtico malacopa) es lo de menos, por desgracia. Los hombres, por su lado, buscan una mujer no muy 'vividita': digo, ya no exigen una virgen porque tendrían que ir a buscarla a algún templo. Ese es el origen del catálogo. Elegimos con base en supuestos sociales.
El asunto radica en las patrañas ideológicas que tragaste y que te orillan a ver a tu ser elegido tras un velo (malamente llamado respeto) que te impide convertirlo en tu fantasía erótica y en partícipe de tu juego del 'eterno resplandor de un orgasmo sin complejos'. Siempre y cuando no hablemos de parafilias, puedes y debes poder comunicar (sin miedo a que te pidan el divorcio) todo lo que deseas y pretendes hacer en la cama. El derecho familiar debería considerar parte de los análisis prenupciales una prueba de compatibilidad y apertura sexual mutua. Llevamos un largo camino histórico pretendiendo el éxito del matrimonio. Me atrevo a decir que a la fecha, una de las mayores prioridades -una- que deberíamos tomar seriamente para elegir cónyuge sería la sexual. Algunos grupos lo tomaron en cuenta desde hace siglos. Los tarahumaras acostumbran que el primer año de matrimonio sea a prueba. Si los recién casados no se 'acomodan' en el quehacer sexual, es válido que cualquiera de los dos solicite que se disuelva, y 'no hard feelings'.
Esta práctica nos sería muy útil hoy día o se podría equiparar con el noviazgo. Con la diferencia de que tienes e consentimiento de tus padres y suegros para darle con ganas con el fin de saber si son o no el uno para el otro. Elige un cómplice sexual cuyas imperfecciones personales se ajusten a las tuyas y que te encante (o toleres con gusto) su estilo de vida. Vives en la era de la libre elección de pareja. Ya no eres un joven maya que debía contratar a un negociador para que acordar el precio de su esposa o una chica keniana que depende de que su padre tenga un par de bueyes bien alimentados que ofrecer como dote.
Y bendito Dios que dejamos la época colonial o todas necesitaríamos esclavos que dar a cambio. Borremos el mito de que hay mujeres para hacer de todo, pero con la noviecita santa o la esposa inmaculada del misionero no pasamos. Mujeres… no dejen a los hombres folladores profesionales por un ñoño con maestría, pero de manos torpes. Se puede tener el paquete completo. No se trata de talento, sino de atreverse. Y eso sólo se logra, adivinaron, comunicándose.
Tal vez por ahora dejarás a un lado los bostezos que te provoca su poca compatibilidad sexual y creerás que con lo mucho que le amas, soportarás el resto de tu vida. Pero recuerda, bien dijo Lichtenberg, "el amor es ciego, pero el matrimonio le restaura la vista".
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