¿Por qué son contagiosos los aplausos?

Tanto en la sala de conciertos como en el estadio de fútbol, cuando alguien del público empieza a aplaudir, los demás le imitan. Es fácil observar que los aplausos no tardan en sincronizarse. ¿A qué se debe este fenómeno? La psicología opina que los movimientos de masas siempre parten de un individuo que rápidamente consigue suscitar imitadores. Existe incluso una fórmula matemática que expresa la velocidad con que se propaga el entusiasmo de espectador en espectador. Lo más notable es que la mayoría de los aplaudidores no tienen intención de destacar, ni de hacerse notar, sino que se dejan llevar de una manera más bien anónima. Es como si estuvieran esperando una señal externa, una indicación de que ha llegado el momento de aplaudir. El que aplaude extemporáneamente no halla seguidores e incurre en un pequeño ridículo.

Recientemente, unos estudiosos norteamericanos han averiguado cómo se produce la sincronización. Parece ser que todos los humanos tenemos dos velocidades de aplauso diferentes, la rápida y la lenta. La primera varía mucho de unas personas a otras, en cambio la lenta viene a ser bastante parecida en todos. Por eso, cuando termina el concierto y todos arrancan a aplaudir con rapidez se produce un cierto alboroto; al cabo de unos momentos, todos aplauden más despacio y se establece la uniformidad. Este ritmo se mantiene un rato, hasta que una parte del público redobla de nuevo la velocidad. Después de varios ciclos se agota el entusiasmo.

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