1. Genes: Afectan de muchas maneras tu olor personal. La más directa, a través de una familia de genes (los MHC, que varían de una persona a otra). Éstos se los debes a tu herencia, y al día de hoy no puedes hacer nada para modificarlos.
2. Condiciones ambientales: el sudor es el mecanismo termorregulador del cuerpo. Por eso, a mayor temperatura y humedad ambiente, más se suda. El viento favorece la evaporación del sudor e impide que se acumule en la piel. Siempre es mejor estar en un lugar ventilado para que evites oler mal.
3. Dieta: somos lo que comemos, pero también sudamos lo que comemos, ya que nuestra dieta determina las sustancias de desecho que el organismo elimina por medio del sudor. De ahí que, tras una noche loca, apestes a alcohol.
4. Higiene: una rutina higiénica adecuada permite eliminar el sudor presente en el cuerpo antes de que se vuelva rancio, y también controla la flora bacteriana de la piel. Y al contrario: si tu higiene deja mucho que desear, ya se sabe lo que pasa...
5. Edad: la producción hormonal de nuestro organismo, que a su vez controla la actividad de las glándulas sudoríparas apocrinas, varía con la edad. Se activa cuando se alcanza la adolescencia, y conforme envejecemos, va decayendo.
6. Ropa: limita la transpiración (más o menos en función de su composición) y aumenta la superficie de contacto bacterias-sudor. En las prendas ya usadas permanecen bacterias que pueden pasar de nuevo a la piel. Mejor, échalas a lavar.
7. Estado de ánimo: el humor con que te levantes, lo animado que estés... afecta el olor corporal al influir en la respuesta de los sistemas nervioso autónomo y endocrino, responsables de regular la actividad de las glándulas sudoríparas.
8. Nerviosismo, ansiedad, estrés, etc.: lo dicho en el punto anterior es igualmente aplicable aquí. El grado de excitación afecta los sistemas nervioso y endocrino, y por tanto, la sudoración. Por eso, cuando estás nervioso sudas más.
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